Lo que nos dijo Nietzsche sobre el sufrimiento y la enfermedad

A los 4 años el pequeño Friedrich Nietzsche perdió a su padre, a quien adoraba.

Poco después llegó la muerte de su hermano pequeño, Joseph.

Y además siendo estudiante contrajo sífilis, una enfermedad infecciosa que causa mucho dolor e incluso puede ser mortal.

De hecho, por ese motivo el célebre filósofo pasó el resto de su vida abrumado por náuseas, vómitos y terribles dolores de cabeza.

A veces permanecía días enteros bajo una completa ceguera.

Obligado a abandonar la brillante carrera universitaria que le esperaba, se refugió en una modesta habitación alquilada a un agricultor en la Suiza profunda, el único lugar donde su frágil salud le permitía sobrevivir.

En el invierno de 1880 cayó en lo que él mismo denominó el “agujero negro de su existencia”. Estaba al fondo del abismo, al borde del suicidio.

Y entonces conoció a una joven de origen ruso, Lou Andreas-Salomé, con quien parecía que al fin había hallado la felicidad.

La aventura, en cambio, pronto se tornó en un fiasco.

Ella abandonó a Nietzsche en 1883, dejándole profundamente herido:

“No entiendo en absoluto cuál es el punto de la vida […] ¡Todo es aburrido, doloroso, asqueroso!”, diría él.

Ciertamente no tuvo más que decepciones con las mujeres (¿quizá asustadas por su enorme bigote?). “Gracias a tu esposa eres cien veces más feliz que yo”, le escribió a un amigo.

La sífilis, que ataca el cerebro, no dejaba de ganar terreno. Se estaba volviendo loco. Fue internado en un hospital psiquiátrico y murió en extrema pobreza a la edad de 55 años.

Lecciones de un fracasado sobre el sufrimiento

Por increíble que hoy parezca, los libros de Nietzsche no tuvieron éxito durante su vida. Pero es bastante lógico: ¡estaba totalmente fuera de sintonía con sus coetáneos!

Eso lo llevó a vivir en una gran pobreza y sintiéndose completamente incomprendido.

Es decir, que experimentó en sus propias carnes el sufrimiento, ante el que nos dejó una enorme lección.

Para Nietzsche todos tenemos áreas oscuras en nuestra vida. Todos afrontamos dificultades que nos parecen insuperables. Todos conocemos el fracaso.

La mayoría de filósofos han tratado de ayudarnos a reducir nuestro sufrimiento dándonos consuelo y consejos para deshacernos de nuestro dolor.

Friedrich Nietzsche no.

Él creía que el sufrimiento y el fracaso son en realidad la clave de la felicidad y, por lo tanto, deben ser recibidos con alegría.

Para él solo se alcanza la felicidad al superar un desafío y, por ello, cuanto mayor y más difícil es este, mayor será la alegría que lo acompañe.

Es el mismo mecanismo por el que un alpinista busca montañas cada vez más altas y más difíciles de encumbrar. Es desde la cima de estas montañas, las más elevadas, desde donde uno puede contemplar las vistas más hermosas y respirar el aire más puro tras haber culminado su hazaña (por no hablar de que las paredes más vertiginosas son también las que tienen la belleza más fascinante).

La ventaja del sufrimiento

A diferencia de muchos otros filósofos, Nietzsche creía que era una ventaja experimentar serias decepciones en su vida.

En un momento dado, escribió:

“A todos los que me importan les deseo sufrimiento, abandono, enfermedad, maltrato, deshonra. Deseo que no se salven ni del profundo desprecio de uno mismo ni del martirio de la desconfianza hacia uno mismo. No tengo piedad de ellos, porque les deseo lo único que puede mostrar hoy si un hombre es valioso o no […]”.

Para lograr algo que valga la pena, creía Nietzsche, uno debe hacer esfuerzos gigantescos y superar numerosas dificultades.

“No es a través del genio, es a través del sufrimiento, solo por él, que dejamos de ser una marioneta”, diría su discípulo Emil Cioran años después.

La dificultad y el dolor como norma

La diferencia que vemos entre quiénes somos y quiénes creemos que podríamos llegar a ser nos causa dolor.

Pero, por supuesto, ese sufrimiento no es suficiente. De lo contrario, ¡todos seríamos genios! El desafío es responder bien al dolor.

Nietzsche pensó que deberíamos mirar nuestros problemas como un jardinero mira sus plantas. El jardinero transforma las raíces y los tubérculos, muy feos, en bonitas plantas con flores y frutos.

Pues bien, nosotros, en nuestras vidas, podemos tomar las cosas “feas” y trabajarlas hasta lograr algo hermoso.

Y es importante saber cómo actuar frente a los grandes retos que plantea la situación:

Por un lado, la envidia puede llevarnos a dañar a nuestro prójimo, pero también a la emulación que nos permite dar lo mejor de nosotros mismos.

Por el otro, la ansiedad podría paralizarnos, pero también llevarnos a un análisis preciso de lo que está mal en nuestra vida y, por lo tanto, a la serenidad.

Del mismo modo, las críticas son dolorosas, pero generalmente nos impulsan a mejorar nuestro comportamiento.

Y con respecto a la enfermedad en sí, Nietzsche escribió:

“En cuanto a la larga enfermedad que me debilita, ¿no le debo infinitamente más que a mi buena salud? ¡Le debo una salud superior, puesto que fortalece todo lo que no mata! Le debo mi filosofía. Solo un gran dolor libera completamente la mente”.

Todo a su debido tiempo

Por supuesto las cosas suceden en varias etapas. De ahí que la “alegría” y el “significado” de la enfermedad no nos sea visible en un primer momento o cuando sentimos dolor.

Al contrario: solo llega lentamente y, de hecho, cuando la vida da un respiro. Solo entonces, en calma, podemos dar la vuelta a la situación y ver el lado positivo de la prueba.

“Para llegar a la resurrección hay que pasar por la crucifixión”, me dijo un día un amigo.

Pero el momento en el que te clavan en la cruz no es alegre, precisamente…

Todo esto me hace pensar que muchas de las reflexiones que nos dejó Nietzsche por lo general se entienden mejor (o, al menos, con todos sus matices) por parte de quienes ya han cumplido una edad.

Quienes ya han pasado por ciertas experiencias, en definitiva, e incluso han tenido tiempo de sanarlas y de verlas en perspectiva.

No obstante, todos podemos sacar una gran reflexión de sus ideas e intentar, al menos, que nos hagan ver el sufrimiento con otros ojos.

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