SOMOS NUESTRA PROYECCIÓN MENTAL

El hombre existe como en sueños; está dormido, como lo dijo Jesùs en el Evangelio no revelado de Tomàs. Lo que se conoce como vigilia es también un sueño, y la iniciación significa estar en íntimo contacto con alguien que está despierto. A menos que lo estés, es imposible que salgas de tu sueño, porque la mente es capaz de soñar que ha salido de su sueño: puede imaginar que ya no duerme, y en sueños no puedes saber lo que es el sueño. Sólo lo sabrás cuando hayas salido de él.

Nunca puedes conocer un sueño en el presente, no eres consciente de él hasta que ha pasado. El presente no puede hablarnos del sueño, porque mientras dura todo parece real. Si no fuera así, se desvanecería. La apariencia de realidad solo puede crearse en el sueño.

Cuando digo que el hombre está dormido, debes entenderlo. Estamos durmiendo las veinticuatro horas del día. De noche, cerrados al mundo exterior; en vigilia, abiertos a él nuestros sentidos, pero el sueño continúa. Cierra tus ojos por un momento, puedes soñar; esto es una continuidad. Estás consciente del mundo externo, pero la conciencia no está exenta de la mente que sueña, sino sobrepuesta a ella, pues, internamente, el sueño continúa. Por esto no percibimos lo real, aunque creamos estar despiertos, imponemos el sueño a la realidad; no vemos lo que está, sino únicamente nuestra proyección.

Si te miro mientras sueño, te volverás objeto de proyección; proyectaré mi sueño en ti, y lo que perciba de ti estará mezclado con mi sueño, con mi proyección. Cuando te amo apareces ante mí completamente diferente que cuando no te amo: no eres el mismo porque te he usado como pantalla y he proyectado mi mente en ti. Si te amo o no, tú eres el mismo, la pantalla es la misma, pero la proyección es distinta. Te uso como pantalla para otro sueño que puede cambiar. Nunca vemos lo que es. Siempre estamos mirando nuestro propio sueño proyectado en lo que es.

Así, la mente que sueña crea un mundo irreal a su alrededor. He ahí lo que quiere decir maya, ilusión. Esto no implica que el mundo no exista, que sea falso; existe el ruido que oímos tal como es, pero eso no lo podemos saber hasta que cesa el sueño de la mente. Para algunos, estos ruidos pueden ser música, para otros molestia. A veces no notas el ruido, a veces tienes conciencia de él; a veces lo toleras y a veces te es insoportable: el ruido es el mismo, todo está igual, pero tu mente cambia.

Con tu mente que sueña, todo a tu alrededor se colorea. Cuando se dice que el mundo es maya, ilusión, no quiere decir que el mundo sea ilusorio; pero tal como lo vemos, lo parece; no se encuentra en ninguna parte. Así es que cuando alguien despierta, no es que desaparezca el mundo, pero sí el que conocía antes: un mundo totalmente nuevo, un mundo objetivo aparece en su lugar; ya no existen los colores, las formas, los significados e interpretaciones dados por ti de acuerdo con tu mente dormida.

En lo que a este mundo de maya o ilusión concierne, nunca vivimos en el; cada uno vive en el suyo propio; y hay tantos como gente dormida. Yo no soy el mismo para cada uno de vosotros pues cada uno proyecta algo sobre mí. Soy uno en lo que a mí concierne, pero si estoy soñando, entonces, incluso para mí, soy distinto a cada momento, porque mi interpretación cambia. Si estoy despierto, sí soy el mismo. Buda dice que el sabor de un iluminado es siempre igual como el agua de mar, que dondequiera es salada.

Si estoy despierto, entonces para mí soy el mismo, no en esta vida, sino en todas las que han pasado en la eternidad. Mi yo real ha permanecido igual, es inmutable; sólo la proyección cambia, la imagen; cambia. Pero la pantalla no se ve nunca. Tú ves sólo la imagen proyectada en ella. Cuando no haya proyección verás la pantalla, de otro modo no. La imagen cambia, pero es el cambio en mi, me ves de tantos modos, porque llegas con tu mente que sueña y proyecta. Para alguno soy amigo y para otro enemigo. El mismo es quien se proyecta. Así creamos un mundo alrededor nuestro y cada uno vive en el suyo. Por eso hay choque: los mundos chocan. Cuando dos personas empiezan a vivir en una habitación, el encuentro es inevitable: la habitación, tiene espacio suficiente para dos personas; no para dos mundos.

El conflicto de la sociedad humana, de las relaciones humanas, es problema de mundos, no de individuos. Si somos dos personas, sin un mundo creado por nuestros sueños, podemos vivir hasta la eternidad sin conflicto, pues hay lugar para todos. Mas para dos mundos, ni siquiera el planeta entero es suficiente; y ¡existen tantos!, cada individuo es un mundo en el que se encierra: es su sueño y tiene alrededor de ti un cerco de proyecciones, ideas, nociones, concepciones, interpretaciones. Constantemente proyectas cosas que no existen en ninguna parte, sólo dentro de ti; y el todo se convierte en una pantalla. Nunca te das cuenta de que estás en sueño profundo.

Hay un santo sufi, Hijra; un ángel aparece en su sueño, y le dice que debe acaparar tanta agua como pueda, pues al día siguiente, estará envenenada por el diablo y quien la beba enloquecerá. Cumple la orden el fakir, y sucede lo anunciado: todos enloquecen a la siguiente mañana, pero nadie se da cuenta de esta general locura, sólo está cuerdo el fakir. Los habitantes de la ciudad hablan de que el fakir está loco. Èl sabe lo que pasa y lo dice, pero nadie le cree. Y pronto se queda aislado. La ciudad entera vive en un mundo diferente, no le hacen caso. Finalmente deciden encarcelarlo; una mañana llegan a prenderlo; hay que curarle o encerrarlo; resulta ininteligible lo que dice, como si hablara diferente lenguaje. El fakir se siente perdido. Trata de ayudarles recordándoles su pasado, pero todos lo han olvidado, y el fakir se ha vuelto incomprensible para ellos. Lo rodean, lo sujetan, y el fakir exclama: "Dadme un momento, me haré un tratamiento". Corre hacia el pozo, bebe el agua y se cura. Ahora ya todos son felices. El fakir, deja de ser persona extraña, y es que pertenece, al fin, al mismo mundo común. Si todos duermen, no te das cuenta de que también tú duermes. Si todos están locos y tú también, nunca tendrás conciencia de ello.

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