EL DESAPEGO

La vida se manifiesta a sí misma cuando no te agarras a ella, cuando no te apegas, cuando no acaparas, cuando no eres miserable, cuando estás suelto y dispuesto a soltar, cuando no cierras el puño, cuando tienes la mano abierta. La vida se revela a sí misma llanamente cuando no te agarras a ella ni de sentimiento ni de pensamiento.

Desapego, ése es el secreto, todo el secreto, todo un arte. Todo lo que se guarda acaba estropeándose, todo. Acumula algo y lo matarás, acumula y se ranciará. La razón es que todo lo que es importante, vivo y en movimiento, es momentáneo.

Al acumularlo pretendes convertirlo en permanente. Amas a una mujer, amas a un hombre, y quieres poseerlo, o poseerle, quieres que sea permanente. Inténtalo. Es momentáneo, pero si vives el momento soltando por completo, entonces es eterno. Un momento vivido por completo, en un estado mental relajado, es la eternidad. Pero no vives en el momento y no sabes qué es la eternidad, por ello quieres convertirlo en permanente. Quieres que también dure mañana, y al día siguiente, también al año siguiente, y tal vez en la próxima vida. Quieres acumularlo.

Estas tres palabras son muy importantes: momentáneo, permanente, eterno. En los diccionarios normales y corrientes, el significado de eterno parece ser: “para siempre jamás”. Es erróneo. Ése no es el significado de eterno, sino de permanente. Entonces la permanencia se transforma en eternidad, pero no es así.

Eternidad no es duración; eternidad es profundidad en el momento. Eternidad es parte de lo momentáneo, no está contra lo momentáneo. Lo que está en contra de lo momentáneo es lo permanente.

Si profundizas en el momento, si te dejas hundir en lo momentáneo, disolviéndose por completo en ello, tendrás un vislumbre de eternidad. Todo momento vivido total y relajadamente es eternidad.

La eternidad está siempre presente. El “ahora” es parte de la eternidad, no parte del tiempo.
Soltar… al igual que una hoja desciende en la corriente de un arroyo.

Basho cantó:

Cuando relampaguea el rayo,
qué admirable quien no piensa
que la vida es efímera.

Una tremenda declaración. Ésa es la belleza de la gente zen, que no hallarás en ningún otro lugar. Es algo único del zen. Los predicadores y sacerdotes religiosos ordinarios no dejan de afirmar que la vida es efímera, que la vida pasa, que se escapa. Te crean el deseo de acumular, de codiciar. Y crean la ambición por el otro mundo: el cielo, paraíso, nirvana, o lo que sea. “La vida es efímera; antes de que desaparezca debes utilizar este tiempo para acumular algo para el otro mundo, por ejemplo algo de virtud”.

Y dice Basho:

Cuando relampaguea el rayo,
qué admirable quien no piensa
que la vida es efímera.

Y el mismo poeta también dice:

El día despunta
y pronto le sigue la noche.
La vida es efímera como el rocío.
Y no obstante, la ipomea,
despreocupada,
florece y florece
su vida corta y completa.

Fíjate en esa frase: su vida corta y completa. Corta pero completa. A la gente zen le gusta mucho la ipomea, también conocida como “dondiego de día”, y la razón es que se abre por la mañana y desaparece por la noche. Ahí está, por la mañana, tan hermosa, auténtica y real, y por la noche se desvanece, caída en el suelo, dispuesta a desaparecer.

La ipomea es un símbolo exacto para la vida. Cuando la ipomea florece, en esa vidita, en ese corto espacio de tiempo, su floración es completa. Es total, y no le falta nada. Esos pocos instantes son suficientes. Es un contacto de eternidad.

Vives durante setenta años, pero no vives realmente. Un acaparador nunca vive, un miserable nunca vive.

Y me preguntas: “¿Puede explicar en pocas palabras cuál es el secreto más básico del zen?”. Soltar, y desapego.

Dogen le dijo a su maestro:

-He experimentado el abandono del cuerpo y la mente. 

El maestro Nyojo exclamó:

¿Entonces a qué esperas? Abandona eso también.

Había una pequeña duda por parte de Dogen; no entendió. Así que el maestro le atizó fuerte en la cabeza, y Dogen rió. Lo pilló al vuelo. Hizo una reverencia a su maestro, y éste dijo:

-Eso es abandonar el abandono”… Eso es relajación completa, un completo soltar. Se suelta incluso el nirvana, incluso a Dios, incluso la espiritualidad. Incluso se suelta la meditación. La meditación es perfecta cuando se suelta. Habrás llegado cuando te olvides incluso de la iluminación. Eso es relajación total; eso es soltar.

Justo antes de fallecer, a los sesenta años, Basui se sentó en la postura del loto y dijo a quienes le rodeaban: “No os confundáis. Mirad directamente. ¿Qué es esto?”. Volvió a repetirlo en voz muy alta, una y otra vez, luego se rió, se relajó, cayó al suelo y murió.

Les estaba mostrando a sus discípulos qué era la relajación absoluta, ese soltar. “No os confundáis. Mirad directamente. ¿Qué es esto?”. El maestro estaba muriendo, así que los discípulos debían estar muy atentos. Pensaban que iba a morir, pero de repente se sentó en la postura del loto, algo totalmente inesperado. Puede que estuvieran dormitando, pero ya no pudieron seguir haciéndolo. ¿Qué es lo que estaba haciendo el viejo? Les gritó tres veces: “No os confundáis. Mirad directamente. ¿Qué es esto?”. Y se rió, se relajó, cayó al suelo y murió.

Morir de manera relajada y vivir de manera tan relajada es de lo que se trata el zen. Ése es el secreto, su arte.

La mayoría de nosotros vivimos nuestras vidas en el mundo del tiempo, entre recuerdos del pasado y esperanzas del futuro. Sólo rara vez tocamos la dimensión intemporal del presente, en momentos de belleza repentina, o de peligro repentino, al encontrarnos con una persona amada o con la sorpresa de lo inesperado. Muy pocas personas salen del mundo del tiempo y de la mente, de sus ambiciones y de su competitividad, y se ponen a vivir en el mundo de lo intemporal. Y muy pocas de las que así lo hacen han intentado compartir su experiencia con los demás. Lao Tse, Gautama Buda, Bodhidharma… o, más recientemente, George Gurdjieff, Ramana Maharshi, J. Krishnamurti: sus contemporáneos los toman por excéntricos o por locos; después de su muerte, los llaman “filósofos”. Y con el tiempo se hacen legendarios: dejan de ser seres humanos de carne y hueso para convertirse quizás en representaciones mitológicas de nuestro deseo colectivo de desarrollarnos dejando atrás las cosas pequeñas y lo anecdótico, el absurdo de nuestras vidas diarias.

Osho ha descubierto la puerta que le ha dado acceso a vivir su vida en la dimensión intemporal del presente, ha dicho que es “un existencialista verdadero”, y ha dedicado su vida a incitar a los demás a que encuentren esta misma puerta, que salgan de este mundo del pasado y del futuro y que descubran por sí mismos el mundo de la eternidad.

FUENTE