EL AMOR REAL Y EL FALSO

El amor es prácticamente imposible en el estado habitual de la mente humana.

El amor es posible únicamente cuando uno ha logrado ser; nunca antes. Antes de que esto suceda es siempre otra cosa. Seguimos llamándolo amor, pero resulta eqivocado llamarlo amor.

Una persona se enamora de una mujer porque le gusta la forma en que camina, o su voz, o la manera como dice «hola», o sus ojos.

Precisamente el otro día estaba leyendo acerca de una mujer que decía sobre un hombre: «Tiene las cejas más bonitas de mundo». No hay nada malo en esto —las cejas pueden ser preciosas—, pero si te enamoras de unas cejas, tarde o temprano te decepcionarás, porque las cejas no son una parte realmente esencial de la persona.

¡Y la gente se enamora de este tipo de cosas irrelevantes! La forma, los ojos... no son cosas esenciales, porque cuando vives con una persona no estás viviendo con la proporción de su cuerpo; no estás viviendo con sus cejas o con el color de su pelo. Cuando vives con una persona..., una persona es algo grande e inmenso..., casi indefinible, y todas las cosas superficiales; tarde o temprano, pierden todo su sentido. De repente uno se sorprende: ¿Qué hacer?

Todo amor comienza de una manera romántica. Cuando termina la luna de miel, termina todo, porque uno no puede vivir con un romance. Uno tiene que vivir con la realidad, y la realidad es algo totalmente diferente. Cuando ves a una persona, no ves la totalidad de la persona, sólo ves la superficie. Es como si te enamoraras de un coche por su color. No has mirado siquiera debajo del capó; puede que no tenga motor; o quizás hay algo que esté estropeado. A fin de cuentas, el color no te va a servir para nada.

Cuando dos personas se encuentran, sus realidades interiores se encuentran y el exterior se vuelve insignificante. ¿Qué ocurre con las cejas, con el pelo y el peinado? Prácticamente empiezas a olvidarte de ellos. Ya no te atraen, porque son cosas que están ahí. Cuanto más conoces a una persona, más miedo tienes, porque empiezas a conocer su locura y la otra persona empieza a conocer tu locura. Ambos os sentís engañados y os enfadáis. Ambos os empezáis a vengar; como si la otra persona os hubiera mentido o engañado. Nadie engaña a nadie, a pesar de que todo el mundo es engañado.

Una de las cosas más básicas de las que hay que darse cuenta es que cuando amas a una persona lo haces porque la persona no está disponible. Ahora que la persona está disponible, ¿cómo va a haber amor?

Querías ser rico porque eras pobre; todo tu deseo de ser rico surgía de tu pobreza. Ahora ya eres rico; ya te da igual. O piensas en ello de otra manera. Cuando estás hambriento, estás obsesionado con la comida. Pero cuando te sientes bien y tu estómago está lleno, ¿qué más te da? ¿Quién piensa en comida?

Lo mismo ocurre con aquello a lo que tú denominas amor. Persigues a una mujer y la mujer no hace más que escapar; huir de ti. Tú te enciendes cada vez más y entonces empiezas a perseguirla más aún. Forma parte del juego. Cada mujer sabe intuitivamente que tiene que huir; así la persecución dura más. Por supuesto que no se va a escapar lo suficiente como para que la olvides; tiene que permanecer a la vista, tentando, fascinando, llamando, invitando, pero escapando a la vez.

Así que al principio el hombre corre tras la mujer y ésta intenta escapar Una vez que el hombre la ha capturado, las circunstancias se invierten. El hombre empieza a huir y la mujer a perseguir: «¿Dónde vas? ¿Con quién vas? ¿Por qué has llegado tarde? ¿Con quién has estado?».

Todo el problema radica en que cada uno se sentía atraído por el otro porque erais unos desconocidos el uno para el otro. Lo desconocido era la atracción; lo ajeno era la atracción. Ahora cada uno conoce a la otra persona muy bien. Habéis hecho el amor muchas veces y casi se ha convertido en una rutina; como mucho en un hábito, en algo relajante; pero ha desaparecido el romance. Así que ambos se aburren. El hombre se convierte en una costumbre, la mujer se convierte en una costumbre. Ya no pueden vivir sin el otro por la costumbre, y ya no pueden vivir juntos porque ya no hay romance.

Ésta es la verdadera cuestión a través de la cual uno puede entender si hay amor o no. Y uno no debería engañarse a sí mismo; uno debería ser sincero. Si había amor, o al menos un poco de amor, entonces las cosas pasarán. Entonces uno debería entender que son cosas naturales. No hay nada por lo que enfadarse. Tú sigues amando a la persona. A pesar de que la conoces, sigues amándolo o amándola.

De hecho, si hay amor; amas más a la persona precisamente por el hecho de que la conoces. Si hay amor; el amor sobrevive. Si no está ahí, desaparece. Ambas cosas son buenas.

En el estado habitual de la mente, no es posible lo que yo llamo amor. Sólo ocurre cuando tienes un ser muy integrado. El amor es una función del ser integrado. No es romance; no tiene nada que ver con estas tonterías. Se orienta directamente a la persona y mira en su alma. El amor, entonces, es una especie de afinidad con el ser más profundo de la otra persona, y por tanto es algo totalmente diferente. Todo amor puede crecer así, debería crecer así, pero de cada cien amores, noventa y nueve nunca llegan hasta ese punto. Los torbellinos y los problemas son tan grandes que pueden destruir todo.

Sin embargo, no quiera decir que uno tenga que aferrarse. Uno tiene que ser consciente y estar alerta. Si tu amor sólo consiste en esas tonterías, desaparecerá. No vale la pena preocuparse por él. Pero si es auténtico, entonces sobrevivirá a todos los torbellinos. Entonces simplemente contempla...

El amor no es la cuestión. Tu conciencia es la cuestión. Puede que ésta situación sólo sirva para que aumente tu conciencia y estés más alerta de ti mismo. Quizás este amor se desvanezca, pero el siguiente amor será mejor; escogerás con una mayor conciencia. O quizás este amor, con una mayor conciencia, cambiará su cualidad. Así que, pase lo que pase, uno tiene que estar abierto.

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