LAS RELACIONES

Siempre que existe relación, hay separación. En una relación, permaneces separado; en una relación, permanentemente sigues tratando de controlar la situación. 

Ésta es una de las miserias de la vida humana: aun en el amor, creamos una relación. Entonces, se pierde el amor. El amor no debería ser una relación. Deberías transformarte en el amante o el amado. Deberías transformarte en el otro y dejar que el otro se transforme en ti. Debería haber una fusión de ambos; sólo entonces cesa el conflicto. Si no, el amor se torna un conflicto, un forcejeo. 

Si eres tú, tratarás de controlar, querrás poseer, aspirarás a ser el amo, y entrará a jugar la explotación: el otro será usado como medio, y no como fin. Pero la mente humana no puede pensar más allá de la relación, porque no podemos pensar en nosotros como si no fuéramos nosotros. Estamos; por más que lo ocultemos, estamos allí. Bien adentro, está el yo; y bien adentro, el yo sigue controlando. 

La filosofía zen tiene una de las tradiciones más antiguas de pintura. Un maestro zen tenía un discípulo que estaba aprendiendo pintura y, a través de ésta, por supuesto, meditación. El discípulo estaba obsesionado con los bambúes: continuamente estaba dibujando y pintando bambúes. 

Se dice que el maestro le dijo: -Si no te transformas en bambú, nada sucederá. 

Durante diez años, el discípulo había estado dibujando bambúes. Se había vuelto tan eficiente que podía pintar bambúes aun con los ojos cerrados, en una noche oscura, y sin luz. Y sus bambúes eran tan perfectos y vivos... 

Pero el maestro no lo aprobaba. Decía: 

-No. Si no te transformas en bambú, ¿cómo puedes dibujarlo? Sigues separado de él, sigues siendo un observador, sigues siendo espectador. Así puedes conocer el bambú desde afuera; pero ésa es la periferia, no el alma del bambú. Si no te haces uno con él, si no te transformas en bambú, ¿cómo puedes conocerlo desde adentro? 

Durante diez años se esforzó el discípulo, pero el maestro no lo aprobaba. Entonces, el discípulo se perdió en el bosque, en un bosque de bambúes. Nada se supo de él por tres años. Después, empezaron a llegar noticias de que se habla transformado en bambú. 

Ahora, no dibuja, vive con los bambúes, está de pie con ellos. El viento sopla, los bambúes danzan: él también danza. Entonces, el maestro fue a investigar. Y, efectivamente, el discípulo se había transformado en bambú. 

El maestro le dijo: 

-Ahora, olvida todo eso acerca de ti y el bambú. 

El discípulo replicó: -Pero tú me dijiste que me transformara en bambú y lo hice. 

El maestro exclamó: -Ahora olvida también eso, porque ahora ésta es la única barrera. Bien adentro, en algún punto, aún sigues separado del bambú y pensando que te has transformado en él. Entonces, todavía no eres un perfecto bambú, ya que un bambú no lo recordaría. Olvídalo. Durante diez años no se habló sobre los bambúes. Luego, un día, el maestro convocó al discípulo y le dijo: -Ahora puedes dibujar. Primero te transformaste en bambú; y después lo olvidaste; entonces te transformaste en un bambú tan perfecto que la pintura ya no es pintura sino crecimiento. 

Ya has tenido suficientes relaciones: has sufrido bastante. En muchas, muchas vidas te has relacionado con esto o aquello, y has sufrido lo suficiente, más que suficiente. Has sufrido más de lo que mereces. 

El sufrimiento se ha centrado en el erróneo concepto de relación. El concepto erróneo es el siguiente: que tú debes ser tú mismo para después relacionarte. Entonces, hay tensión, conflicto, violencia, agresión, y sigue un completo infierno. 

Sartre afirma en algún lado: “el otro es el infierno”. Pero, en realidad, el otro no es el infierno: el otro es el otro porque tú eres el yo. Si dejas de serlo, el otro desaparece. Siempre que esto sucede (ya sea entre un hombre y un árbol, entre un hombre y una mujer, o entre un hombre y una roca), siempre que esto sucede, dejas de ser tú y el infierno desaparece. De repente te transfiguras: entras en el paraíso. 

Prueba esto: sentado debajo de un árbol, olvídate de ti mismo. Deja que sólo el árbol permanezca allí. 

Esto le sucedió a Buda debajo del árbol bodhi. Él no estaba, y en ese momento ocurrió todo. Sólo el árbol bodhi estaba allí. Puedes no ser consciente de que, después de Buda, en quinientos años, no se creó su estatua ni se pintó un cuadro de él. Durante quinientos años, continuamente, cada vez que se creaba un templo budista, sólo se ponía la imagen del árbol bodhi. 

Eso era hermoso porque, en ese momento, cuando Siddhartha Gautama se transformó en Buda, él no estaba allí: sólo el árbol estaba allí. Él había desaparecido un momento, y sólo estaba allí el árbol. Encuentra momentos en los que no estés, y ésos serán los momentos en los cuales, por primera vez, verdaderamente existirás.

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