En todas las tradiciones del mundo, en todas las civilizaciones, en todas las iglesias te han enseñado todo lo contrario. Te dicen: Ama a los demás, no te ames a ti mismo. Y detrás de esta enseñanza se oculta cierta estrategia astuta.

El amor es el alimento del alma. Así como la comida lo es para el cuerpo, el amor lo es para el alma. Sin alimento el cuerpo está débil; sin amor el alma está débil. Y ningún estado, ninguna religión, ningún interés creado ha querido nunca que las personas tengan almas fuertes, porque una persona con energía espiritual está destinada a rebelarse.

El amor te hace rebelde, revolucionario. El amor te da alas para volar alto. El amor te da un enfoque correcto de las cosas, de forma que nadie te pueda engañar; te pueda explotar, te pueda oprimir. Los sacerdotes y los políticos sobreviven sólo a costa de tu sangre; sobreviven sólo a base de explotar.

Todos los sacerdotes y los políticos son unos parásitos. Han encontrado un método infalible para hacerte espiritualmente débil, un método garantizado al cien por cien que consiste en enseñarte a no amarte a ti mismo. Porque la persona que no se puede amar a sí misma tampoco puede amar a los demás.

Tienen una forma de predicar muy astuta; dicen: «Ama a los demás»...,ya que saben que si no eres capaz de amarte a ti mismo, no serás capaz de amar de ninguna manera. Sin embargo, continúan diciendo: «Ama a los otros, ama a la humanidad, ama a Dios.

Ama la naturaleza, ama a tu mujer, ama a tu marido, ama a tus hijos, a tus padres». Pero no te ames a ti mismo, porque, según ellos, amarse a uno mismo es egoísta. Aquello que condenan por encima de todo es el amor a uno mismo.

Han hecho que sus enseñanzas parezcan muy lógicas. Dicen: «Si te amas a ti mismo, te convertirás en un egoísta; si te amas a ti mismo, te convertirás en un narcisista».

No es verdad.

El hombre que se ama a sí mismo descubre que no tiene ego. El ego surge al amar a los demás sin amarte a ti mismo, al intentar amar a otros. Los misioneros, los reformadores sociales o las personas que se dedican a ayudar a los demás tienen los mayores egos del mundo; naturalmente, porque se consideran seres superiores. Ellos no son corrientes; la gente corriente los ama a ellos. Aman a los demás, aman los grandes ideales, aman a Dios.

Pero todo su amor es falso, porque carece de raíces.

El hombre que se ama a sí mismo está dando el primer paso hacia el amor auténtico. Es como si lanzas una piedrecita en un lago silencioso: primero aparecerán ondas concéntricas alrededor de la piedrecita, muy cerca de ella. Claro, ¿dónde iban a surgir si no? Luego, continuarán extendiéndose; llegarán a la orilla opuesta. Si interrumpes las ondas que surgen alrededor del guijarro, ya no se formarán más ondas. No esperes que las ondas alcancen la otra orilla; es imposible.

Los sacerdotes y los políticos se han dado cuenta de este hecho: impide que la gente se ame a sí misma y habrás destruido su capacidad de amar. A partir de ahora, sea lo que sea lo que consideren amor, no será sino un sucedáneo. Puede que sea un deber, pero no es amor. Deber es una palabra bastante fea. Los padres cumplen con sus deberes para con sus hijos y los hijos cumplen con sus deberes para con sus padres. La mujer tiene una serie de deberes hacia su marido y el marido tiene una serie de deberes hacia su mujer. ¿Dónde está aquí el amor?

El amor desconoce el deber. El deber es un lastre, una formalidad. El amor es una alegría, un compartir; el amor es informal. El amante nunca siente que ha hecho ya suficiente; siempre piensa que puede hacer más. El amante nunca siente: «He complacido al otro». Por el contrario, siente: «Me siento complacido porque mi amor ha sido recibido. El otro me ha complacido al aceptar mi regalo, al no rechazarlo».

El hombre que actúa por deber piensa: «Soy superior, espiritual, extraordinario. ¡Mirad cómo ayudo a la gente! Estas personas que piensan así y se dedican a ayudar a la gente son las más mediocres del mundo y también las más dañinas. Si nos podemos librar de asistentes sociales, la humanidad se habrá quitado un peso de encima, nos sentiremos muy ligeros, seremos capaces de bailar y cantar de nuevo.

Sin embargo, durante siglos han cortado y envenenado tus raíces. Te han inculcado el miedo a amarte incluso a ti mismo, lo cual constituye el primer paso del amor y la primera experiencia. El hombre que se ama a sí mismo, se respeta. Y el hombre que se ama y respeta a sí mismo, respeta también a los demás, porque piensa: «Los demás son igual que yo. De la misma manera que yo disfruto del amor del respeto y de la dignidad, los demás también lo hacen». Se da cuenta de que en los aspectos fundamentales no somos distintos; somos uno. Nos regimos por la misma
ley. Buda dice: vivimos bajo la misma ley eterna.

En los detalles podemos ser algo diferentes de los demás —eso aporta variedad, es maravilloso—, pero en lo fundamental somos todos parte de una misma naturaleza.

Aquel que se ama a sí mismo disfruta tanto del amor, se vuelve tan dichoso, que el amor empieza a rebosarle y a alcanzar a otros. ¡Tiene que alcanzarlos! Si vives el amor, tienes que compartirlo. No puedes continuar amándote a ti mismo eternamente, porque hay algo que te quedará muy claro: que si el hecho de amar a una persona, a ti mismo, es algo tan profundamente extático y maravilloso, ¡cuánto más éxtasis te aguardará si empiezas a compartir tu amor con muchísima más gente!

Poco a poco las ondas comienzan a llegar cada vez más lejos. Amas a otras personas; después empiezas a amar a los animales, a los pájaros, a los árboles, a las piedras. Puedes llenar todo el universo con amor, con tu amor. Una sola persona es suficiente para llenar todo el universo de amor; un solo guijarro, una simple piedrecita, puede llenar de ondas todo el lago.

Sólo un Buda puede decir Ámate a ti mismo. Ningún sacerdote, ningún político, puede estar de acuerdo con esto porque destruye todo su montaje, toda su estructura de explotación. Si no se le permite a un hombre amarse a sí mismo, su espíritu, su alma, se debilitará día a día. Puede que crezca su cuerpo, pero él no crecerá interiormente porque no tiene alimento interior. Se convierte en un cuerpo casi sin alma o simplemente con una posibilidad en potencia de alma. El alma se convierte en una semilla y seguirá siendo una semilla si no puedes encontrar la tierra adecuada de amor en la que pueda brotar. No la encontrarás si haces caso de la estúpida idea de «No te ames a ti mismo».

Yo también te enseño a amarte a ti mismo en primer lugar. No tiene nada que ver con el ego.

De hecho, el amor es una luz tan grande que la oscuridad del ego no puede existir en él. Si amas a otros, si tu amor se dirige hacia otros, vivirás en la oscuridad. En primer lugar, dirige la luz hacia ti mismo; conviértete primero tú mismo en una luz. Deja que la luz disipe tu oscuridad interior, tu debilidad interior. Deja que el amor te convierta en un gran poder, en una fuerza espiritual.

Una vez que tu alma es poderosa, descubres que no vas a morir, que eres inmortal, que eres eterno. El amor te proporciona el primer atisbo de eternidad. El amor es la única experiencia que trasciende el tiempo; por eso los amantes no temen a la muerte. El amor desconoce la muerte. Un único momento de amor vale más que toda la eternidad.

Pero el amor tiene que empezar desde el principio. El amor tiene que empezar por el primer paso: Ámate a ti mismo.

FUENTE