El predicador estaba aquel día más elocuente que de
Costumbre, y todos, lo que se dice todos, soltaron la
Lágrima. Bueno, no exactamente todos, porque en el
Primer banco estaba sentado un caballero con la mirada
Fija en un punto delante de sí, totalmente insensible al
Sermón.

Concluido el servicio, alguien le dijo: “Ha escuchado usted
El sermón, ¿no es cierto?”

“Por supuesto”, respondió glacialmente el caballero.
“No estoy sordo”.

“¿Y qué le ha parecido?”

“Tan emocionante que daban ganas de llorar”.

“¿Y por qué, si me permite preguntárselo, no ha llorado
Usted?”

“Porque no soy de esta parroquia”.