La obra estaba en plena representación en el teatro del
       Pueblo cuando, de pronto, cayó el telón y salió al
       Proscenio el director.

       “Señoras y señores”, dijo, “me apena profundamente tener
       Que decirles que el protagonista, nuestro queridísimo
       Alcalde, acaba de sufrir un fatal ataque al corazón en su
       Camerino. Por tanto, nos vemos obligados a suspender la
       Representación”.

       Al escuchar aquello, una corpulenta mujer de media edad
       Que se encontraba en la primera fila se levantó y gritó
       Agitadísima: “¡Rápido!¡Qué le den caldo de pollo!”

       “Señora”, dijo el director, “el ataque ha sido fatal. ¡El
       Alcalde ha muerto!”

       “¡Entonces, que se lo den enseguida!”

       El director estaba que mordía: “Señora”, suplicó, “¿quiere
       Usted decirme qué bien puede hacerle a un hombre
       Muerto un caldo de pollo?”

       “¿Y qué mal puede hacerle?”, gritó ella.

El caldo de pollo es para los muertos
Lo que la religión es para los inconscientes,
Cuyo número, por desgracia, es infinito.