Todo el mundo en la ciudad veneraba al anciano
Sacerdote de noventa y dos años. Su fama de santidad era
Tan grande que, cuando salía a la calle, la gente le hacía
Profundas reverencias. Además, era miembro del Club de
Los Rotarios y , siempre que se reunía el Club, allí estaba él,
Siempre puntual y siempre sentado en su lugar favorito: un
Rincón de la sala.

Un día desapareció el sacerdote. Era como si se hubiera
Desvanecido en el aire, porque, por mucho que lo
Buscaron, los habitantes de la ciudad no consiguieron
Hallar rastro de él. Pero al mes siguiente, cuando se reunió
El Club de los Rotarios, allí estaba él como de costumbre,
Sentado en su rincón.

“¡Padre!”, gritaron todos, “¿dónde ha estado usted?” “En
La cárcel”, respondió tranquilamente el sacerdote. “¿En la
Cárcel? ¡Pro todos los santos! ¡Si es usted incapaz de matar
Una mosca…! ¿Qué es lo que ha sucedido?” “Es una larga
Historia”, dijo el sacerdote; “pero, en pocas palabras, lo
Que sucedió fue que saqué un billete de tren para ir a la
Ciudad y, mientras esperaba en el andén la llegada del
Tren, apareció una muchacha guapísima acompañada de
Un policía. Se volvió hacia mí, luego hacia el policía, y le
Dijo: “¡Él ha sido!” Y, para serles sinceros, me sentí tan
Halagado que me declaré culpable”.